En la campaña cumplí mis 10 años de vida. |
Como alfabetizadora Conrado Benítez habíamos ido para la
habana unos días antes y estábamos hospedados en las casas de familias
revolucionarias que acogieron a los alfabetizadores. Era la primera vez que
tenía conciencia para visitar y recordar dicha estancia en la capital cubana.
Sólo memorizo el nombre de la calle y el número: Noriega 8.
Mis 10 años no me permitían comprender a cabalidad que
había hecho --o formado parte de la-- historia. Hoy algunas personas ponen en
duda mi participación con solo 9 años en esa gran batalla y tengo que explicar
la perreta que armé porque todos mis primos y mi hermana mayor fueron a la
campaña y yo que había participado en el censo de analfabetos casa por casa en
el barrio y ayudado en múltiples tareas relacionadas con la erradicación de ese
mal en mi escuela junto a ellos; no podía irme a alfabetizar por mi edad, a
pesar de estar ya en el cuarto grado, tener dotes para educar --según creía-- y
nada: que no quería quedarme fuera de la tarea.
Mis padres mi hermana Lucy y yo. |
Luego vino Varadero y el curso que nos dieron para
aprender a usar el farol y la cartilla, las formas de tratar a los campesinos y
ese mínimo técnico de cómo enseñar a leer y escribir que me fue muy útil en los
dos territorios donde enseñé a un campesino primero y a un aula de niños y
otros adultos después.
El acto fue multitudinario. Éramos cientos de miles de
jóvenes en la plaza de la revolución con aquéllos lápices inmensos y las ganas
de ver a Fidel, a Armando Hart, entonces Ministro de Educación, y a todos los
líderes del momento.
Fueron horas de disertación y alegría. Cuando se
terminaba ya el discurso de Fidel, un coro gigantesco de jóvenes alfabetizadores
clamaba: “Fidel, Fidel dinos que otra cosa tenemos que hacer”.
Hace 55 años la vida de muchos niños y jóvenes y adultos
de entonces cambió radicalmente. Me satisface saber que formamos parte de la
historia y hoy, mi nieto y sus amiguitos de primer grado en la escuela se ríen
cuando les enseño las fotos de mi hermana y yo vestidas con el uniforme de
alfabetizadoras y el farol gigantesco. Ellos no entienden que seamos nosotras mismas.
El tiempo ha pasado pero la satisfacción de haber sido protagonistas de una
historia única en el mundo queda muy arraigada en los recuerdos. Pase lo que
pase en el futuro sé que la historia la hacen personas sencillas pero
arriesgadas y conscientes de su papel en el momento preciso. Es otra de las
enseñanzas que aprendí al paso de esta gran revolución que tiene muchos defectos,
pero también muchas virtudes.
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