jueves, 22 de diciembre de 2016

Protagonista de lo que hoy es historia.



En la campaña cumplí mis 10 años de vida.
Aquél 22 de diciembre de 1961 fue un día cualquiera para el mundo; pero para los cubanos y para mí, fue muy especial porque iríamos al acto donde Cuba sería proclamada primer territorio libre de analfabetismo en América.
Como alfabetizadora Conrado Benítez habíamos ido para la habana unos días antes y estábamos hospedados en las casas de familias revolucionarias que acogieron a los alfabetizadores. Era la primera vez que tenía conciencia para visitar y recordar dicha estancia en la capital cubana. Sólo memorizo el nombre de la calle y el número: Noriega 8.
Mis 10 años no me permitían comprender a cabalidad que había hecho --o formado parte de la-- historia. Hoy algunas personas ponen en duda mi participación con solo 9 años en esa gran batalla y tengo que explicar la perreta que armé porque todos mis primos y mi hermana mayor fueron a la campaña y yo que había participado en el censo de analfabetos casa por casa en el barrio y ayudado en múltiples tareas relacionadas con la erradicación de ese mal en mi escuela junto a ellos; no podía irme a alfabetizar por mi edad, a pesar de estar ya en el cuarto grado, tener dotes para educar --según creía-- y nada: que no quería quedarme fuera de la tarea.
Mis padres mi hermana Lucy y yo.

Mis padres hicieron lo posible por complacerme y lograron el permiso bajo la condición impuesta por la comisión –o quizás por ellos—de que alfabetizara en cualquier parte perro dentro de la provincia.
Luego vino Varadero y el curso que nos dieron para aprender a usar el farol y la cartilla, las formas de tratar a los campesinos y ese mínimo técnico de cómo enseñar a leer y escribir que me fue muy útil en los dos territorios donde enseñé a un campesino primero y a un aula de niños y otros adultos después.
El acto fue multitudinario. Éramos cientos de miles de jóvenes en la plaza de la revolución con aquéllos lápices inmensos y las ganas de ver a Fidel, a Armando Hart, entonces Ministro de Educación, y a todos los líderes del momento.
Fueron horas de disertación y alegría. Cuando se terminaba ya el discurso de Fidel, un coro gigantesco de jóvenes alfabetizadores clamaba: “Fidel, Fidel dinos que otra cosa tenemos que hacer”.
Hace 55 años la vida de muchos niños y jóvenes y adultos de entonces cambió radicalmente. Me satisface saber que formamos parte de la historia y hoy, mi nieto y sus amiguitos de primer grado en la escuela se ríen cuando les enseño las fotos de mi hermana y yo vestidas con el uniforme de alfabetizadoras y el farol gigantesco. Ellos no entienden que seamos nosotras mismas. El tiempo ha pasado pero la satisfacción de haber sido protagonistas de una historia única en el mundo queda muy arraigada en los recuerdos. Pase lo que pase en el futuro sé que la historia la hacen personas sencillas pero arriesgadas y conscientes de su papel en el momento preciso. Es otra de las enseñanzas que aprendí al paso de esta gran revolución que tiene muchos defectos, pero también muchas virtudes.

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