Conocí a Pablo Odén Marichal Rodríguz a finales de la década de los años 70. No recuerdo dónde, sólo que era una actividad en la que habían invitado a varios religiosos.
Luego tuve ocasión de que me lo
presentaran y en muchas ocasiones pude conversar con él o entrevistarle ya
fuera por eventos ecuménicos, por declaraciones debido a las elecciones y
votaciones en plebiscitos o por la lucha librada por la devolución del entonces
niño Elián a su natal Cárdenas.
Afable con todo aquél que se le
acercara, fuera creyente o ateo nunca le vi disgustarse por preguntas quizás
incómodas de periodistas capciosos o de dobles intenciones. Todo lo contrario.
Su andar pausado y hablar despacio
hicieron que me ganara su simpatía. Hoy al saber de su desaparición física a
los 81 años me place recordarle como un gran defensor de la fe que profesaba y
que siempre vinculó al proceso revolucionario que desde el año 1959 llegó con
la Revolución de Fidel Castro.
Matanzas
fue su ciudad en muchos momentos y le recuerda por su amor y fe en un futuro
con el bien para los seres humanos.
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