La noticia me llegó en una
llamada telefónica bien entrada la media noche. Entre soñolienta y medio
despierta no puedo decir que me sorprendiera, es un ser humano longevo, pero
confieso que no por esperada fue menos sobrecogedora.
Supe de su existencia
cuando con seis o siete años en el solar donde vivía mi familia había quienes
escuchaban la radio rebelde, muy bajito, en lo último del patio.
Luego el triunfo, la
alegría del barrio y las caravanas de barbudos pasando por la esquina de medio
o milanés según mis recuerdos.
Mi madre lo vio en la
playa de Varadero en una ocasión y contaba que se puso tan contenta que lo
abrazó y le tumbó el tabaco que fumaba en ese momento.
Con todas esas vivencias
me fui a alfabetizar en las brigadas Conrado Benítez y el día 22 de diciembre
lo vi de lejos en la tribuna haciendo aquel gran discurso. Luego cuando la
muerte del Ché en la velada solemne mientras estaba en becas haciendo el
preuniversitario nos llevaron a la plaza de la revolución a oír su discurso y
también lo pude ver un poco más de cerca.
Una vez en la universidad
a finales de los años 60 y principios de 1970 lo pude ver casi a mi lado cuando
en la plaza cadena y en la portezuela de su jeep hablaba y explicaba un
sinnúmero de problemas a los futuros graduados universitarios.
Todo ello me llenaba de
orgullo. Yo era una de las elegidas que podía preciarse de haber visto a Fidel
de cerca pero la vida me deparaba aún
una sorpresa mayor.
Fue en la rememoración de la marcha de las
antorchas de 1973, aquél 27 de enero vísperas del aniversario del natalicio de
José Martí.
Estaba yo en uno de las
escaleras que da al rectorado esperando se iniciara la marcha con varias amigas
y de pronto a nuestras espaldas una voz potente y muy amable nos saludaba y
preguntaba si éramos estudiantes universitarias.
La inconfundible voz nos
hizo voltearnos al unísono y confieso que la sorpresa se llevó nuestras voces
un instante.
Él, amable y conocedor de
lo que impresionaba su presencia a cualquier mortal, trató de convencernos de
que era real y preguntó en cual carrera estudiábamos.
Yo respondí la primera:
alumna del último año de periodismo y él velozmente y por mi altísima estatura --nunca
más alta que él pero si casi igual,--
Indagó si practicaba algún
deporte y cual..
Yo tímidamente respondí
que baloncesto en la posición de pívot y él hizo algunas consideraciones sobre
ese deporte y recomendó practicarlo sistemáticamente para llegar a la
excelencia.
Hizo iguales preguntas a
mis colegas y a la señal de que se iniciaba la marcha nos convidó a acompañarlo
y bajamos juntos al primer descanso de la escalinata donde esperaban Raúl
Castro, Ángela Davis y otros dirigentes de la revolución y la FEU.
Las fotos están en la
portada de la revista Bohemia de ese ano. Yo la simple estudiante con una blusa
verde y una cinta azul en la cabeza baje la escalinata con todos ellos. Así era
él.
La experiencia marcó mi
vida personal y profesional del futuro pues como periodista tuve un muchas oportunidades de estar a su lado ya fuera en el tercer congreso de la UPEC , cuando algún que otro
huracán llegaba y azotaba duramente a Matanzas o cuando se comenzó a inaugurar
la construcción de hoteles con capital mixto. Y para sorpresa mía siempre me
saludo y recordó a la periodista que una vez siendo estudiante conversó
brevemente con él.
A Fidel le agradezco que
me enseñó a valorar mi condición de mujer, mestiza y capaz de expresar mis
propias convicciones sin que nadie me indujera al conformismo o a la tolerancia
a lo mal hecho. Me enseñó el valor de las palabras solidaridad, educación y esa frace del poema martiano "...sin patria pero sin amo". Y se lo agradezco. Gracias Fidel tu enseñanza y --con
perfecciones o no-- tu vida digna es
ejemplo para todos.